03 julio 2012

Guía para mi entierro

El día de mi muerte desechen las flores,
si dolor es lo que sienten
pies lapizy honor quieren hacerme,
arranquen las páginas de sus libros preferidos
ellas serán mi lecho.
Antes que la redondez mortuoria llegue,
metan puñados de rayuelas en mis órbitas
sin olvidar las dos monedas para Caronte
y el trago de ron para el buen viaje.
No quiero llanto,
quiero risas y fiestas.
Sepan que la vida no termina en la urna
sino en el olvido.
Los quiero blasfemos, paganos, beodos, lúdicos…
que cuando el fuego consuma mi carne,
ese cuerpo con que tanto disfruté,
alcen la copa y digan:
"¡Bruja, tú sí que sabías escribir!"

15 mayo 2012

Equipaje de mano

     Con el coño aún palpitando apenas pude sentir el beso de bienvenida. — ¡Qué Dios me la bendiga!—. Aprieto las piernas para volver a sentirlo dentro. —Tienes un culo precioso —susurró para que no lo escucharan— Un señor culo—. Éramos amigos desde la infancia cuando descubrimos que correr por el campo era descubrir el filo de la existencia, que el corazón podía cambiar de lugar, que el sudor nacido en la frente puede inundar cuellos, brazos y pechos. Aquel día creí que era sudor lo que sentía en la cara interior del muslo. — ¡Gané! —grité con fuerza cuando vi que se detuvo. Asustado, me recostó sobre el suelo, al mismo tiempo descubrí el olor de la piel que se abre para despedir almizcle. Absorto metió su dedo en mi boca para humedecerlo, siguió la dirección contraria a la sangre, limpiando todo y dejando una mancha rosácea tras de él, llegó al origen, hundió un poco y preguntó — ¿te duele? —. En medio del repugnante aliento a dentífrico, tomó entre sus dientes el lóbulo de mi oreja —Tu coño huele a virgen. No te preocupes, quedará intacto, no seré yo quien lo use; en cambio, esto sí que me provoca—. Bajó su rostro hasta mis nalgas, acarició y lamió con malsano deseo; se incorporó y enterró su codo en mi espalda hasta voltear mi rostro hacia el pasillo; desabrochó su pantalón; mi respiración aumentaba al ver el resplandor de la carretera colarse entre las cortinas, podía sentir cómo sus dedos hurgaban tras la búsqueda de la dilatación precisa; apagó mis quejidos con su boca —No queremos que se despierten— dijo. En la estación de servicio lo observé, desafiante, camino al baño. Él disfrutaba llevar la bragueta abajo exponiéndose ante todos, desnudo, sin ropa interior; su dicha aumentó cuando la señora de limpieza entreabrió sus labios y extendió su mano, mirándolo fijamente, para recibir el pago. Sabía que la audacia trae consigo miedo, deseo y poder. El dedo entraba y salía haciendo círculos. Poco a poco comenzaba a ceder ante su rostro de satisfacción. —Diez horas son suficientes para que te acostumbres y empieces a disfrutarlo—. Una vez más humedeció su dedo pero esta vez fueron dos los que entraron. Estiré las piernas, sin darme cuenta empecé a moverme de atrás hacia delante mientras él detenía su mano. Sabía del extraño placer que ofrece el dolor. Con su áspera voz extranjera susurró —eso es… ya te está empezando a gustar ¿estás lista para recibir un poco más? —su mano volvió a guiar mi cabeza, hasta meterlo en mi boca. El sabor y el olor eran repugnantes mas su cara de goce no tenía precio. —¡Quiero verlo!—le dije, el hombre yacía en la acera con su sucia desnudes expuesta al frío; aún así, era atractivo. Me acerqué sin hacer ruido, un enorme miembro, cuya punta destilaba semen, languidecía hacia un costado, lo toqué con el dorso de mi mano. De repente, abrió los ojos, me tomó con fuerza y me restregó contra su sexo. Una risa rancia y mohosa inundó la calle. Jesús solo observaba al otro lado de la acera mientras fumaba un cigarrillo y gritaba —¡Te lo mereces por curiosa! — al acercarse, subió mi falda, metió su mano y dijo —Lo peor de todo es que te excita—. Nuevamente humedeció con mis propios jugos la abertura. Mordió mis hombros, mi espalda y mis senos. Con cada movimiento embestía con mayor fuerza. El autobús pisó un bache en la carretera y el brinco hizo que lo metiera por completo. Los cuerpos se balanceaban con cadencia frenética, abrí los ojos para que el placer saliera a través de ellos. Uno de los pasajeros se masturbaba en el puesto continuo. Cobo lamió mi mejilla —¿ves? Todos quieren probar alguna vez un culo como el tuyo —. Un nuevo quejido corta el movimiento pero esta vez lo ahogo con mi propia mano. Cuando aún mis piernas no tocaban el suelo descubrí que rozar mi sexo al apoyabrazos del mueble producía un calor agradable y húmedo, esta vez fue el chorro caliente que inundó mis entrañas el que produjo la encantadora sensación de abundancia y satisfacción. El conductor anuncia la parada. Desde la ventana puedo ver a mi abuela y a Jesús esperando en el andén. Recojo mi sábana y me despido como si nada hubiera pasado. Aprender a caminar con dolor me produce risa. La abuela me recibe con su acostumbrada alegría mientras dibuja una cruz en mi frente. Jesús toma la pequeña maleta y mira con suspicacia al hombre que se acerca y murmura —Ahora puedes cogerte a quien quieras.

06 mayo 2012

Guillermo Tell

medusa (7)
Medio cielo
vuelve la mirada
la saeta traspasa los dientes
sale del sueño
Brida
          y
             Cabeza