24 abril 2008

Ojos

A tus ojos los llamo por su nombre,

cuando lo hago

saltan y menean la cola mientras me observan;

algunas veces pierden el equilibrio

estrellándose contra la hendidura de tu cuello

cual granadas abiertas…

desaparecen.

Si tengo paciencia espero su retorno,

me aburren,

siempre cuentan la misma historia

sobre la princesa que se tragó al sapo,

son insoportables,

devoran la vida a pedazos con cada palabra;

cuando ocurre quiero tomar mis tijeras,

sacarlos y meterlos en la bolsita negra que llevo conmigo,

lo evito y callo.

Ayer, pasé por tu cuerpo y no estaban,

en su lugar colgaste un letrero que decía “fuera de servicio”,

escribí una nota que metí por tu orbita derecha

donde un par de rosas azules

gritaron que te habías ido a buscar balas de plata

para meterle a tus iris

como remedio contra el recuerdo.

Quizá, hoy me digas de una vez por todas

qué haces con tanta ceguera.